lunes, 9 de marzo de 2009

Anime

Recuerdo cuando pusieron la famosa “Antena Parabólica” en mi casa. Una de las cosas más increíbles que llegó con la antena fue la posibilidad de ver televisión muy tarde en la noche. En ese entonces los canales nacionales terminaban su programación y las madrugadas no tenían televisión alguna. Recuerdo que me gustaba levantarme tarde a escondidas para ver el tipo de televisión que simplemente no existía de día. Y era mucho más que la rebeldía preadolescente de ver violencia y sexo en la pantalla; la televisión que me dejaban ver de día era vacía y superficial, la que veía de noche tenía una profundidad que estaba seguro que era una gran marea de significados. Era solo una intuición, claro, porque la gran mayoría de esas películas y series estaban en inglés y no entendía de qué diablos hablaban.

Fue una de esas noches cuando descubrí el anime. Me senté con el volumen muy bajo para ver una película que estaba por empezar y de repente, para mi absoluta sorpresa, empezaron a pasar dibujos animados. Revisé en qué canal estaba, porque no tenía sentido que pasaran caricaturas a esa hora en el canal de cine. Las caricaturas eran esas cosas como los Thundercats que pasaban en las mañanas del fin de semana, cortas, divertidas y predecibles. No películas de media noche.

Vi toda la película en un estado de asombro como el que muy pocas cosas me han producido después. Un robot trata de salvar la vida de una joven que está siendo raptada por otros robots malvados. Uno estira un brazo mecánico, lanza al robot bueno contra la pared y sujeta a la chica. Todo se pone negro excepto por sus lagrimas. Y luego el robot trata de levantarse, pero no puede. Cae al suelo derrotado. Era el tipo de cosas que me gustaban de la televisión nocturna multiplicado por diez. Era una profundidad que jamás me imagine que pudiera tener caricatura alguna. Y para acabar de rematar mi asombro, casi nadie hablaba. No saber inglés no era un impedimento.



La película era Robot Carnival. De eso me enteré mucho después. Seguí esperando ver otra película similar en televisión por mucho tiempo, hasta que pude toparme con cosas como Twilight of the Cockroaches. y Apleseed; desgraciadamente, estas sí hablaban en ingles y mucho, por lo que no las entendí. Alguien me explicó que las caricaturas que hacían en Japón eran así, lo que me hizo empezar a ver Heidi, Jose Miel, Mazinger Z, Centella y cualquier otra cosa que pasaran por televisión. Con el tiempo apareció alguien a quien el amigo de un amigo le había prestado un casete de video con alguna película de animación japonesa. La calidad de estas cintas era terrible, pero tenían subtítulos, lo que para mí las hacía invaluables. Así pude ver Nausicaa y Ninja Scroll.

Con el tiempo llegaron muchas otras series y películas. Recuerdo pasar las tardes rogando que no hubieran devuelto Caballeros del Zodiaco hasta el principio o hablando con mis compañeros de colegio sobre cuál era la esposa indicada para Ranma. Recuerdo cuando me regalaron Neon Genesis Evangelion en VHS y como me tomó menos de una semana verla dos veces seguidas. Recuerdo con horror la lucha de Goku con Freezer. Y nunca olvidare las tardes en la universidad, cuando encontré gente que organizaba proyecciones todas las semanas y me presentaron el resto del universo del Anime, me explicaron qué era un OVA, qué era un Fandub y porqué Shojo no es lo mismo que Magical Girls. Finalmente apareció Internet y los DVD y pude comprar una versión especial de Robot Carnival.

La animación japonesa es rica en variedad y en profundidad. El anime va desde las historias ridículas y los personajes estereotipados y absurdos hasta las obras más complejas llenas de significados profundos y referencias cultas. Es valioso por todo lo que permite y por todo lo que se puede descubrir el él: desde diversión los sábados por la mañana hasta obras de arte en las salas de cine.

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